BIOCOMBUSTIBLES: ¿PAN PARA HOY, HAMBRE
PARA MAÑANA?
La cumbre de
París se puede cerrar con un acuerdo histórico vinculante. Una de las apuestas
para la reducción de CO2 estaba en el uso de biocombustibles, pero
estos tienen riesgos: la deforestación, el abandono de cultivos tradicionales y
el hambre.
Cuando el
pasado día 30 de noviembre de 2015 se iniciaba la cumbre sobre el Clima de
París para evitar la progresión del cambio climático, las esperanzas de todo el
mundo estaban abiertas, confiadas en que los mandatarios de las distintas
naciones harían algo al respecto. La decepción ha llegado con el fin de esta
cumbre, los países más contaminantes no se han comprometido a una reducción
significativa y los que están en vías de desarrollo exigen su derecho a crecer,
aunque para ello tengan que contaminar.
La base del
conflicto se encuentra en la materia prima utilizada en la obtención de
energía, los combustibles fósiles, altamente contaminantes y no renovables. La
solución inicial a este problema se encontró en los denominados
biocombustibles, renovables e inicialmente menos contaminantes.
Los
biocombustibles son un tipo de combustibles derivados de materia orgánica
proveniente de numerosas especies vegetales. Sus orígenes están hace más de
cien años, cuando Rudolf Diesel diseñó su motor, que inicialmente funcionaba
con aceite vegetal y con Henry Ford, cuyo famoso modelo Ford-T funcionaba
inicialmente con etanol. La aparición del petróleo y sus derivados, que en
aquel tiempo eran muy baratos, desplazó el uso de biocombustibles por los
derivados del “oro negro”, gasolina y gasóleo. No se volvió a plantear el uso
de fuentes renovables hasta las primeras crisis petrolíferas en los años 70 del
siglo XX, donde, por fin, los países industrializados parecieron darse cuenta
de lo efímero que sería el petróleo y la alta contaminación producida. Se
desarrollaron combustibles con mezcla de gasoil y aceites vegetales denominados
biodiésel, afloraron los cultivos de la caña de azúcar para la obtención de
etanol, sobre todo en Cuba, donde el embargo estadounidense y la disolución de
la antigua Unión Soviética habían dejado al país sin fuentes de energía.
El uso de
biocombustibles, aparte de ser una fuente renovable, se considera una fuente de
energía menos contaminante que las fuentes fósiles ya que, aunque producen CO2
, también lo absorben de la atmósfera durante la fotosíntesis, aunque el
balance siempre es negativo para el medio ambiente.
Los
biocombustibles se dividen en dos categorías según su origen:
-De primera
generación: Son aquellos que se obtienen de cultivos específicos que
posteriormente son tratados para la obtención del combustible, son por ejemplo
el alcohol obtenido de la caña de azúcar (Saccharum officinarum) o el aceite que se extrae de
la palma (Elaeis guineensis).
-De segunda
generación: Se obtienen después de un proceso tecnológico de restos de biomasa
o de cultivos que no ocupan zonas agrícolas, son por ejemplo los combustibles a
partir de plantas salvajes, de huesos de aceituna o de ramas resultantes de una
poda.
El mayor
productor de etanol como biocombustible
es Brasil, con un 53 % de la producción mundial, para ello se destina
una enorme superficie (unos 6 millones de hectáreas) de su territorio a la
plantación de la caña de azúcar, invadiendo territorio de la selva en la zona
del Cerrado, que incluso ocupan terrenos inicialmente catalogados como
protegidos por el gobierno brasileño. Este monocultivo hace que los cultivos
para la obtención de agrocombustibles tengan un efecto negativo en los tradicionales,
utilizados para la alimentación humana ya que los agricultores ven en ellos una
forma rápida de enriquecerse.
El problema no
se presenta sólo en Sudamérica, donde Colombia trata de aumentar su producción
de caña de azúcar, sino en otros continentes como África, en esta ocasión con
otro cultivo, la llamada “jatrofa” (Jatropha
curcas), una planta no utilizada para la alimentación pero sí para la
extracción de aceites que se utilizan como biocombustible. Numerosas
asociaciones y organizaciones no gubernamentales
han denunciado la adquisición de grandes superficies de terreno por parte de
multinacionales dedicadas a la obtención de agrocombustibles en países como
Ghana o India, reduciendo considerablemente la superficie de cultivo
tradicional con fines alimentarios.
La falta de
terrenos hace que los alimentos sean escasos y caros. La población de estas
zonas no tiene el poder adquisitivo suficiente para adquirirlos y surgen los
primeros problemas de hambruna.
Se podría
pensar que los agricultores sí son capaces de adquirir alimentos, pero aparece otro
problema, el gran número de superficie cultivada para biocombustible hace que
exista mucha oferta de materia prima en los mercados por lo que los precios de
origen caen y los productores no ganan tanto dinero como pensaban. Muchos
regresan a los cultivos tradicionales y se encuentran con unas tierras
empobrecidas que no dan el rendimiento esperado.
A los
problemas anteriormente mencionados está la intención de algunos países, entre
ellos los pertenecientes a la Unión Europea, de abandonar la vía de los
biocombustibles como solución para disminuir las emisiones de CO2 ya
que las perspectivas no se han cumplido, esto hundiría algunas de las economías
que se basan en esas producciones. Otra opción manejada por las autoridades
europeas es la de exigir certificaciones sobre los combustibles adquiridos, de
manera que estos tengan un origen que no perjudique a las poblaciones indígenas
ni a territorios salvajes que pudieran verse destruidos. Esta opción se hace
inviable en muchos países productores, que han basado su expansión en la
destrucción de los ecosistemas.
El fracaso de
la cumbre de Copenhague ha puesto en evidencia que los países pobre sólo
crecerán si los ricos les dejan, si no siguen aprovechándose de ellos
absorbiendo todos sus recursos hasta dejarlos yermos. A los países
industrializados les interesa poco el hambre que pueda pasar un habitante de
Ghana porque no tenga alimentos, siempre que ellos puedan seguir utilizando sus
vehículos. Los biocombustibles son una solución para la sustitución de los
combustibles fósiles, pero no pueden servir para hundir las poblaciones pobres.
Los países industrializados deberían haber puesto metas y límites desde un
principio, regulando la producción de estos cultivos para no llegar a la
situación que se está produciendo, donde no sólo no estamos salvando el medio
ambiente sino que lo estamos destruyendo más. Debemos desarrollar más los
biocombustibles de segunda generación a partir de desechos, impulsar la pequeña
producción en las zonas rurales de los países desarrollados y así evitar la
masiva importación de agrocombustibles.
Pablo
de la Torre López-Reina